DE FRENTE/ LANUS
Por 40 pesos me vi a Regueiro
Quedarán 37 partidos para ratificarlo o para hacerse cargo de los errores. Pero anoche soñé despierto. Mitad cábala, mitad necesidad (en esa pequeña cancha no hay muchos huecos para ver fútbol), me posé junto al alambrado, sobre el banderín del córner. Y agradecí en el primer tiempo que Mario Regueiro haya sido zurdo. Porque cada vez que arrancaba, se volcaba hacia mis ojos. Y me encegueció.
Hace tiempo que no veo a un tipo con la camiseta de Lanús que pida tanto la pelota: las quiere todas. El dedo índice de su mano derecha simula un joystick, la quiere por acá, la quiere por allá. A lo mejor, cuando se la den más seguido, todavía se luzca más. A lo mejor, cuando lo dirija un árbitro como la gente, los foules serán foules (incluso el penalazo que Furchi omitió en el minuto 23 y que hace cinco años nos hubiera cobrado tres veces) y sus chances de gol se multiplicarán. Gana en velocidad, gana de cabeza (así llegó el gol del triunfo), gana espacios y, a su modo, gana partidos. Cuando le saque punta a su media distancia y le dejen ejecutar los tiros libres… Tendrá 37 partidos para ratificar si vimos un espejismo en Sarandí o para hacernos cargos de nuestro vano entusiasmo. Ahora bien, ¿exageramos?
Un dato. Desde que asumió como técnico de Lanús, Luis Zubeldía ganó todos (cinco) los partidos iniciales. La suerte después lo acompañó a su manera. Entonces, cautela. Se vio en el Viaducto un producto interesante que, apenas con una buena aparición (el uruguayo) y otra por llegar (Goltz), justificó el aumento de la popular y de las ilusiones. La pelea por los refuerzos de calidad sin hacer temblar la tesorería, queda claro, no era una utopía. Y tampoco el hecho de no comer vidrio sin olvidar nuestro histórico toque distintivo. El nuevo 3-4-2-1 (con ocho jugadores de Inferiores en el equipo inicial) cumplió sin ser gran cosa. La defensa no tuvo grandes dolores de cabeza y Marchesín apenas tuvo un mano a mano bien resuelto que sirvió para enmendar la fragilidad que le opuso a la arremetida de Obolo (¡mirá quién nos viene a empatar!) en el 1-1. El doble cinco se hizo un festín aunque los laterales volantes aún no le encontraron el yeite al puesto. El triángulo de ataque, en realidad, fue un binomio. Y hete aquí el punto de atención y el momento retro: no olvidar que Salcedo debutó en el Ducó con dos goles y soltamos fácil el “pa-ra-gua-yo, pa-ra-gua-yo…”.
Los goles demostraron quiénes somos. La perla de Aguirre quedará en el recuerdo, su firulete con la pelota, los cuatro rivales atornillados al pasto y el fierrazo cruzado. La definición de Pizarro también: con pocos minutos por jugar y la pelota boyando en el área chica, el manual del goleador casual indicaba que debía asegurar la bocha y clavarla con alma y vida. Pero no: le dio a colocar, entre mil piernas, con cara interna…
Se puede jugar bien. Se puede ganar. Y podés hacer un carnaval carioca en la noche más fría del año. Aunque la más esperada también. Me banco el aumento si juega Regueiro. Me banco el aumento si queremos volver a pelear acá arriba. Es cuestión de astucia y puntería. De no abandonar el buen fútbol ni de mear fuera del tarro (con o sin esos raros diuréticos que toma la vecinita de enfrente). Esconder la tierra debajo de la alfombra nunca fue nuestro juego. Nos vemos Mario. Suerte Paolo. Sigan el mandamiento.
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